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Llamamiento de Isaías

Isaías: 6:5-8

Heme aquí, envíame a mí

Isaías habla confesando su culpabilidad; en los capítulos anteriores, se ha quejado de su nación pecaminosa y de su gente. Con lenguaje gráfico ha descrito su culpabilidad y el juicio que debe anticipar. Ahora, en presencia del Altísimo, está sobrellevado por su propia culpabilidad. Se asombra de su propia falta de santidad. Como los otros ciudadanos de Judá, también él es culpable, merece el mismo juicio.


No sólo son los labios de Isaías los que están inmundos, sino su persona completa. ¿Por qué ha de hablar de labios inmundos? Jesús nos da una pista cuando dice, “porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34) y “Mas lo que sale de la boca, del corazón sale” (Mateo 15:18). La cosa es que labios inmundos expresan lo que está en un corazón inmundo, igual que los labios inmundos del pueblo de Judá.


El serafín toca los labios de Isaías con el carbón encendido, quemando la iniquidad de sus labios y su corazón. El que no era santo ahora es santificado. El que no merecía estar en su presencia ahora, por la gracia de Dios, lo merece.


Dios pregunta, “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Isaías es sólo un transeúnte que oye la pregunta de Dios. Dios no dice adonde ha de ir el enviado, ni lo que ha de hacer; tampoco le pide a Isaías que se ofrezca. “Heme aquí, envíame a mí.” Isaías, sobrellevado por la emoción del momento, agradecido de ser limpiado y aún más agradecido de estar vivo, ofrece ser el enviado de Dios, aunque no sabe dónde Dios le enviará, ni qué le pedirá hacer. Es decir, Isaías le escribe a Dios un cheque en blanco, ofreciendo ir donde sea y hacer lo que sea. 


Dios es puro y perfectamente santo, justo y amoroso.
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