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Lecturas del 19 - 23 de Julio


LUNES 19 DE JULIO


SEIS MANERAS EN QUE JESÚS COMBATIÓ LA DEPRESIÓN

• Mateo 26: 37-39 •



Jesús tenía varias tácticas en su estratégica batalla contra el desánimo.


1. Escogió a algunos amigos cercanos para que estuvieran con él: «y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo» (Mateo 26:37).

2. Abrió su alma a ellos. Les dijo: «mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte»

(V. 38).

3. Les pidió que intercedieran por él y lo acompañaran en la batalla: «quedaos aquí y velad conmigo» (V. 38).

4. Derramó el corazón ante su Padre en oración: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa» (v. 39).

5. Su alma descansó en la soberana sabiduría de Dios: «pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras» (V. 39).

6. Fijó su mirada en la gloriosa gracia venidera que le esperaba al otro lado de la cruz: «quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2).


Cuando llega a nuestra vida algo que parece amenazar nuestro futuro, recordemos: las primeras ondas expansivas de la bomba no son pecado. El verdadero peligro es ceder ante ellas. Rendirse. No hacer guerra espiritual. Y la raíz de esa rendición es la incredulidad: fallamos en no luchar por fe en la gracia venidera. No abrazamos todo lo que Dios promete ser para nosotros en Jesús

Jesús nos muestra otro camino. Este camino no es pasivo ni nos libra del dolor: seguirlo a él. Busquen a amigos espirituales en quien confíen. Ábranles a ellos su alma. Pídanles que velen y oren con ustedes. Derramen su alma delante del Padre. Descansen en la soberana sabiduría de Dios. Y fijen sus ojos en el gozo puesto delante de ustedes en las preciosas y magníficas promesas de Dios.



 

MARTES 20 DE JULIO


OBRAS SOBERBIAS Vs. FE HUMILDE

• Mateo 7:22 •


Consideremos la diferencia entre un corazón de «fe» y un corazón de «milagros» u obras.

El corazón de obras se satisface con el estímulo al ego cuando logra hacer algo por sus propias fuerzas. Trata de escalar las paredes de rocas verticales, o de asumir responsabilidades adicionales en el trabajo, o de arriesgar su vida en la zona de combate, o de agonizar en una maratón, o de hacer ayunos religiosos por semanas —todo por la satisfacción de superar un reto por su propia fuerza de voluntad y la resistencia de su propio cuerpo—.


Un corazón orientado hacia las obras quizá también exprese su amor por la independencia y por elegir su propio camino y por la realización personal, al rebelarse contra la cortesía, la decencia y la moralidad (ver Gálatas 5:19-21). Pero es esta misma orientación hacia las obras —de determinación y de exaltación personal— la que se disgusta con el comportamiento grosero y se dispone a probar su superioridad por medio de la abnegación, la valentía y la grandeza propia.


En todo esto, la satisfacción básica de la persona orientada hacia las obras se agrada de ser enérgico, autónomo y, en lo posible, triunfador.


El corazón de fe es radicalmente diferente. Sus deseos no se debilitan al mirar hacia el futuro, pero lo que desea es la satisfacción plena de experimentar todo lo que Dios es para nosotros en Jesús.


Si «obras» busca la satisfacción de sentir que estas vencen un obstáculo, la «fe» se goza en la satisfacción de que Dios vence un obstáculo. El corazón de obras desea la alegría de recibir gloria por ser capaz, fuerte e inteligente. La fe busca la alegría de ver a Dios ser glorificado por su capacidad, fuerza y sabiduría.


En su forma religiosa, el corazón de obras acepta el reto de la moralidad, conquista sus obstáculos por medio de grandes esfuerzos, y ofrece la victoria a Dios como medio de pago para obtener su aprobación y recompensa. La fe también acepta el reto de la moralidad, pero solo como una ocasión para convertirse en un instrumento del poder de Dios. Y cuando la victoria llega, la fe se regocija en que toda la gloria y la gratitud le pertenezcan a Dios.



 

MIÉRCOLES 21 DE JULIO


EXPERIMENTAMOS AL ESPÍRITU SANTO POR LA FE

• Gálatas 5:25 •


El Espíritu vino a nosotros por primera vez cuando creímos en las promesas de Dios, compradas por sangre. Y el Espíritu continúa viniendo a nosotros y obrando en nosotros por este mismo medio.

Pablo hace una pregunta retórica: «Aquel, pues, que os suministra el Espíritu y hace milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?»

(Gálatas 3:5). La respuesta: «por el oír con fe».


Por lo tanto, el Espíritu vino la primera vez, y continúa siendo suministrado, por el canal de la fe. Lo que él produce en nosotros es por medio de la fe.


Si ustedes son como yo, de tiempo en tiempo tienen un ardiente deseo de ver la obra maravillosa del Espíritu Santo en su vida. Puede que clamen a Dios por la llenura del Espíritu en su vida, o en su familia, o la iglesia o ciudad. Esos clamores son buenos y correctos. Jesús dijo: «¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?»

(Lucas 11:13).


Pero lo que he encontrado con más frecuencia en mi vida es que no consigo abrirme totalmente a la obra del Espíritu, creyendo en las promesas de Dios. No me refiero meramente a la promesa de que el Espíritu vendrá cuando lo pidamos. Me refiero a todas las otras preciosas promesas que no son directamente acerca del Espíritu sino quizá acerca de la provisión de Dios para el futuro; por ejemplo: «mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19).


Esto es lo que falta en la experiencia de tantos cristianos que buscan el poder del Espíritu en su vida. El Espíritu nos es dado «por el oír con fe» (Gálatas 3:5) —no solo por la fe en una o dos promesas acerca del Espíritu en sí, sino por las promesas acerca de la presencia de Dios, que satisface nuestra alma, en el futuro—.



 

JUEVES 22 DE JULIO


LA FE QUITA LA CULPA, LA CODICIA Y EL TEMOR

• 1 Timoteo 1:3-5 •



La fe en la gracia de Dios expulsa de nuestro corazón el poder del pecado que detiene el amor.

Cuando nos sentimos culpables, tendemos a revolcarnos en una depresión egocéntrica y a sentir lástima por nosotros mismos. Nos volvemos incapaces de ver y mucho menos aún de preocuparnos por las necesidades de los demás. O jugamos al hipócrita para cubrir nuestra culpa, y así destruimos toda la sinceridad en nuestras relaciones; o hablamos acerca de las faltas de otros para minimizar nuestra propia culpa.


Es igual con el temor. Cuando nos sentimos atemorizados, tendemos a no acercarnos al desconocido en la iglesia que quizá esté necesitando unas palabras de bienvenida y de aliento. Podemos rechazar la oportunidad involucrarnos en misiones en lugares donde las personas aún no fueron evangelizadas porque suena muy peligroso; o podemos gastar demasiado dinero adquiriendo seguros en exceso, o sumirnos en toda clase de fobias minúsculas que nos hacen preocuparnos por nosotros y nos ciegan a las necesidades de los demás.

Si somos codiciosos, quizás gastemos dinero en lujos —dinero que más bien deberíamos invertir en la expansión del evangelio—. No emprendemos nada riesgoso, no sea que nuestras preciadas posesiones y futuro financiero se vean amenazados. Nos enfocamos en cosas en lugar de personas, o vemos a las personas como recursos para obtener ganancias materiales.


La fe en la gracia venidera produce en nosotros amor al echar fuera de nuestro corazón la culpa y el temor y la codicia.


Echa fuera la culpa porque se sostiene firmemente de la esperanza de que la muerte de Cristo es suficiente para asegurar justicia y absolución ahora y por siempre (Hebreos 10:14).


Echa fuera el temor porque descansa en la promesa: «No temas, porque yo estoy contigo... Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia»

(Isaías 41:10).


Y echa fuera la codicia porque confía en que Cristo es más valioso que todo lo que el mundo entero pueda ofrecernos (Mateo 13:44).


En cada caso, la gloria de Cristo se magnifica cuando estamos más satisfechos con su gracia venidera que con las promesas del pecado.



 

VIERNES 23 DE JULIO


¿QUÉ NOS MUEVE A MINISTRAR A OTROS?

• Gálatas 6:8 •



La fe tiene un apetito insaciable por experimentar la gracia de Dios tanto como pueda. Es por eso que la fe nos empuja hacia el río donde la gracia de Dios fluye más libremente, es decir, el río del amor.


¿Qué otra fuerza nos moverá de nuestras salas de contentamiento para cargar sobre nosotros las inconveniencias y los sufrimientos que el amor requiere?


¿Qué nos impulsará...

a saludar a desconocidos cuando nos sintamos tímidos?

·a buscar a un enemigo y pedirle la reconciliación cuando nos sentamos indignados?

· a diezmar si jamás lo habíamos intentado?

a hablarle a nuestros colegas de Cristo?

·a invitar a nuestros nuevos vecinos a un estudio bíblico?

a cruzar culturas con el evangelio?

a crear un nuevo ministerio para los alcohólicos?

a pasar toda una tarde manejando una camioneta?

a invertir una mañana orando por renovación?

Ninguno de estos actos costosos del amor ocurre de la nada. Son impulsados por un nuevo apetito: el anhelo de la fe por la experiencia más completa de la gracia de Dios.


La fe ama depender de Dios y verlo obrar milagros en nosotros. Por esto, la fe nos impulsa hacia la corriente donde el poder de la gracia venidera de Dios fluye más libremente: la corriente del amor.

Creo que Pablo se refería a esto cuando dijo que debemos «[sembrar] para el Espíritu» (Gálatas 6:8). Por fe, debemos plantar las semillas de nuestra energía en los surcos donde sabemos que el Espíritu está obrando para producir fruto: los surcos del amor.

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