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Lecturas del 12 - 19 de Julio


LUNES 12 DE JULIO


¿CUÁNDO SEREMOS SATISFECHOS?

• Juan 17: 26 • 1 Timoteo 1:11 • Mateo 25:23 • Juan 15:11 • Juan 15:17 • Juan 17:13 •



“Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos”.

(Juan 17:26)


Imaginemos que podemos disfrutar lo que es más placentero con energía y pasión ilimitadas para siempre.


Esta no es nuestra experiencia actual. Hay tres cosas se interponen entre nosotros y nuestra total satisfacción en este mundo:


1. Nada tiene un valor personal tan alto que pueda satisfacer los deseos más profundos de nuestro corazón.

2. Carecemos de las fuerzas para gozar al máximo de los mejores tesoros.

3. Nuestras alegrías aquí tienen un final. Nada dura para siempre.

4. Pero si el objetivo de Jesús en Juan 17:26 se vuelve realidad, todo esto cambiará.


Si el deleite de Dios en el Hijo se vuelve nuestro placer, entonces el objeto de nuestro placer, Jesús, será inagotable en valor personal. Él nunca se tornará aburrido, ni decepcionante, ni frustrante. No hay tesoro concebible que sea más grande que el Hijo de Dios.


Más aún, nuestra incapacidad para gustar de este tesoro inagotable no será limitada por la debilidad humana. Disfrutaremos del Hijo de Dios con el mismo placer de su Padre.


El deleite de Dios en su Hijo estará en nosotros y será nuestro. Y nunca acabará, porque el Padre y el Hijo nunca dejarán de ser. El amor del uno por el otro será nuestro amor por ellos y, por lo tanto, nuestro amor por ellos nunca terminará.



 

MARTES 13 DE JULIO


ENTREGUEMOS A DIOS NUESTRA VENGANZA

• Romanos 12:19 •


¿Por qué esta promesa es tan crucial para superar nuestra inclinación hacia la amargura y la venganza? La razón es que esta promesa responde a uno de los impulsos más fuertes que se hallan detrás del enojo —un impulso que no es enteramente incorrecto—.


Podría ilustrarlo con una experiencia de mi época de seminario. Estaba en un grupo pequeño de parejas que comenzaron a relacionarse de manera bastante profunda y personal. Cuando una noche estábamos conversando sobre el tema del perdón y el enojo, una de las esposas jóvenes dijo que no podía ni quería perdonar a su madre por algo que le había hecho cuando era una niña.


Hablamos acerca de algunos de los mandamientos y advertencias bíblicas acerca de la falta de perdón:

«Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo» (Efesios 4:32).


«Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras transgresiones»

(Mateo 6:15).


Aun así, ella no quería ceder. Le advertí que su misma alma estaba en peligro si sostenía tal actitud de amargura y falta de perdón. Pero ella seguía obstinada en no perdonar a su madre.

La gracia del juicio de Dios nos es prometida en Romanos 12 como un medio para ayudarnos a vencer al espíritu de venganza y amargura.


El argumento de Pablo es que no debemos vengarnos, porque la venganza pertenece al Señor. Y para motivarnos a rendir nuestros deseos vengativos, él nos da una promesa, que ahora sabemos que es una promesa de gracia venidera: «yo pagaré, dice el Señor».


La promesa que nos libera de un espíritu que no perdona, lleno de amargura y venganza, es la promesa de que Dios saldará nuestras cuentas. Lo hará de una manera más justa y más completa de lo que nosotros jamás podríamos hacer. Por lo tanto, podemos retroceder y dejar lugar para que Dios obre.



 

MIÉRCOLES 14 DE JULIO


CÓMO CONQUISTÓ CRISTO LA AMARGURA

• 1 Pedro 2:23 • Lucas 23:34 • 1 Pedro 2:21 •


Contra nadie se ha pecado más gravemente que contra Jesús. Cada gramo de hostilidad contra él fue totalmente inmerecido.


Jamás ha existido alguien que fuera más digno de honor que Jesús; y nadie ha sido más deshonrado que él.

Si alguien tenía algún derecho a enojarse y sentir amargura y ser vengativo, esa persona era Jesús. ¿Cómo pudo controlarse cuando unos descarados, cuya vida él sustentaba, le escupían a la cara? 1 Pedro 2: 23 nos da la respuesta.

Este versículo se refiere a que Jesús tenía fe en la gracia venidera del justo juicio de Dios. Él no tenía que vengarse de todas las humillaciones que sufrió, porque encomendó su causa a Dios. Él dejó la venganza en las manos de Dios y oró por el arrepentimiento de sus enemigos (Lucas 23: 34).


Pedro nos deja entrever la fe de Jesús para que aprendamos a vivir de esta manera también. Él dijo: «porque para este propósito [para soportar con paciencia los tratos crueles] habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas» (1 Pedro 2: 21).


Si Cristo conquistó la amargura y la venganza por medio de la fe en la gracia venidera, cuánto más deberíamos hacerlo nosotros, siendo que tenemos mucho menos derecho que él a murmurar por los maltratos.



 

JUEVES 15 DE JULIO


CUANDO OTRO CRISTIANO NOS OFENDE

• Romanos 8:1 • 1 Tesalonicenses 5:9 • Isaías 53:6 • 1 Corintios 15:3 •



¿Cuál es la razón por la que no le guardamos rencor a un hermano o hermana que se arrepiente?


Nuestra indignación moral ante una ofensa terrible no se evapora solo porque el ofensor sea cristiano. Es más, podemos sentirnos aún más traicionados. Y muchas veces un simple «lo siento» puede parecer desproporcionado al dolor y a la fealdad de la ofensa.


Pero en este caso estamos lidiando con compañeros cristianos y la promesa de la ira de Dios no aplica porque «no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús»

(Romanos 8:1). «Porque no nos ha destinado Dios [a los cristianos] para ira, sino para obtener salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesalonicenses 5:9).


¿Adónde iremos para asegurarnos que se haga justicia y que el cristianismo no es una burla hacia la seriedad del pecado?

La respuesta está en mirar a la cruz de Cristo. Todas las faltas que otros creyentes hayan cometido contra nosotros fueron vindicadas en la muerte de Jesús. Esa es una implicancia de la simple y asombrosa verdad de que todos los pecados de todos los hijos de Dios fueron puestos sobre Jesús (Isaías 53:6; 1 Corintios 15:3, etc.).


El sufrimiento de Cristo fue la recompensa que Dios recibió por cada daño que me haya hecho un hermano cristiano. Por lo tanto, el cristianismo no trata al pecado con liviandad. No añade insulto a nuestro daño.


Por el contrario, toma el pecado contra nosotros tan seriamente que, para hacer justicia, Dios dio a su propio Hijo para que sufriera mucho más de lo que podríamos hacer sufrir a otra persona por lo que nos haya hecho a nosotros.



 

VIERNES 16 DE JULIO


LA FE SALVADORA AMA EL PERDÓN

• Efesios 4:32 • Romanos 5:2 •



La fe que salva no consiste meramente en creer que somos perdonados. La fe que salva mira al horror del pecado y luego mira a la santidad de Dios, y comprende espiritualmente que el perdón de Dios es inexplicablemente glorioso.

Fe en el perdón de Dios no es simplemente la convicción de que ya somos libres. Significa que disfrutamos de la verdad de que un Dios perdonador es la realidad más preciada del universo. La fe salvadora atesora el perdón de Dios a nosotros, y de ahí nace el atesorar al Dios que perdona —y todo lo que él es para nosotros en Jesús—.

El gran acto del perdón es pasado: la cruz de Cristo. Al mirar hacia atrás aprendemos sobre la gracia en la que estaremos parados para siempre (Romanos 5:2). Aprendemos que ahora y siempre seremos amados y aceptos. Aprendemos que el Dios viviente es un Dios perdonador.


Pero la experiencia grandiosa de ser perdonado existe en el futuro. La comunión con el Dios grandioso que perdona es futura. La libertad para perdonar —que fluye de esta completamente gratificante comunión con el Dios que perdona— está en el futuro.


He aprendido que es posible continuar guardando rencor si nuestra fe solo implicara que hemos mirado hacia atrás, a la cruz, y hemos concluido que ya somos libres. Me he visto obligado a profundizar acerca de lo que es una fe verdadera: es ser satisfechos con todo lo que Dios es por nosotros en Jesús. No mira hacia atrás simplemente para descubrir que hemos sido liberados, sino para ver y gustar del Dios que nos ofrece un futuro con un sinfín de mañanas en las que estamos reconciliados y en comunión con Él.

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