Juan 13:15-25
El que me recibe a mí, recibe al Padre que me envió (V. 20)
¡Que felices son quienes ponen en práctica todo aquello que aprenden de su Maestro! No abandonemos lo que Jesús nos ha enseñado, lava los pies de aquellos a quienes sirves, porque no somos mayores que nuestro maestro, sólo somos mensajeros enviados a cumplir lo que se nos ha encomendado, predicar las buenas nuevas del evangelio en todo el mundo, no pretendamos ser más que Jesús, tan sólo IMITEMOS SU EJEMPLO, lo cual ya es bastante difícil de lograr. Jesús nos habla nuevamente de aquellos a quienes habría de nombrar sus discípulos y aun de aquel a quien habría de traicionarlo, para que se cumpliera la escritura según lo dicho por el salmista en Salmos 41:9. Jesús habla proféticamente de un evento que aún no había ocurrido, pero que estaba próximo a ocurrir, de modo que sus discípulos luego supieran de quien había estado hablando en aquel momento. Además expresa: el que cree al enviado y al Hijo que lo envió, cree por consiguiente en el Padre, quien envió al Hijo. Todo es una cadena de autoridad que se sigue en el orden descendente. Jesús obedeció al Padre, y nosotros obedecemos al Hijo.
Jesús les hace saber que hay alguien, dentro de ellos, que habrá de traicionarle, lo cual generó suspicacias por saber quién podría ser el traidor, aquel a quien nada doblegaría su duro corazón, aun habiendo recibido Su amor, Sus enseñanzas.
Aquí Juan es nombrado como aquel discípulo a quien Jesús amaba, hace referencia al cariño especial que Jesús le prodigaba, a tal punto que Pedro le pide a él, siendo el más cercano a Jesús, le pregunte. Pero Jesús sabiéndolo no se los dice, hasta que ellos se den cuenta por sí mismos.
Finalmente, hay cosas que el Señor nos muestra para que ayudemos a recomponer el camino a los que obran mal.
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